Una aspiración legítima tanto para el paciente como del médico. Una pretensión bilateral progresiva hacia una competencia integral en el manejo de sus propias enfermedades crónicas, para este caso particular: las metabólicas. No se trata de convertirlo en médico exprés, tampoco docto en las enfermedades que sufre, mucho menos versado en los fármacos que ingiere, se intenta involucrarlo activamente en el manejo de sus padecimientos, mediante, no sólo del conocimiento del nombre de sus medicamentos, el efecto -terapéutico y adverso-, también en la adquisición de hábitos saludables para el establecimiento de un comportamiento acorde a su permanente patología. Va más allá de un mero academicismo de memorización y comprensión de conceptos nosológicos, implica una asimilación de un estilo de vida que impida o enlentezca las complicaciones inherentes a las enfermedades enfrentadas.
Ser paciente experto no es automedicación, no se trata de buscar en Wikipedia sobre sus patologías, tampoco se trata de manipular la posología indicada por el médico acorde a sus ocurrencias o como cree que se maneja lo que siente. Tampoco se pretende que trate a otros pacientes ni que ande divulgando consejos por las redes sociales; si bien es cierto, en un ambiente de intercambios grupales facilitados por el médico, puede expresar sus experiencias al asimilar sus drogas, pero, eso no significa que dará consulta a amistades, familiares por parecidos que sean sus signos o síntomas a los que estos experimenten.
El término: paciente experto, lo retomé del nombre asignado a la estrategia de autocuidado llevada a cabo por profesionales en educación en salud propuesta por la Organización Panamericana de la Salud (OPS, en adelante) y adoptado por el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS, en adelante), no obstante, no me refiero a ella directamente, solamente la retomo como una idea digna de ser concretada en la práctica médica. Una forma sutil pero efectiva del binomio médico-paciente para promover el autoempoderamiento de los pacientes que viven cotidianamente su pathos.
Parte de una premisa sencilla: al paciente le interesa saber más de su medicina que el mismo médico. Así, debe conocer detalladamente el nombre de sus fármacos por extraños que sean, la manera más aproximada en como le ayudan, la dosis exacta, los tiempos precisos, los posibles efectos adversos; debe adoptar y adaptar minuciosamente cada medida preventiva en su actividad física y alimentación diaria.
¿Cómo se logra eso?
El primer paso insoslayable para involucrar al paciente como autocuidador, es extraerlo del transe inercial paralítico que lo mantiene física, psicológica y socialmente inmerso en la enfermedad, en otras palabras: despertarlo. Cada paciente se comporta como un autómata (y nosotros también) de su actividad diaria (despertar, aseo, trabajar, comer, pasatiempos, micción, defecación, dormir, etc.) la cual es acompañada de pensamientos repetitivos en consonancia ella. La mayoría no reparan reflexivamente en las implicaciones de ella en el momento que ocurre, hasta que presentan algo que altera ese ritmo, se presenta el momento para hacerlo. Ese algo puede ser la enfermedad como consecuencia de su mal ejecutada rutina laboral o de otra índole. No obstante, la mayoría, mi experiencia me lo ha confirmado, no asume inmediatamente el cargo de lo que sufre como dependiendo de lo que hace sino que busca fuentes externas (espíritus, malas vibras de otros, una comida que le dieron, el clima, el trabajo como separado de él, los gérmenes), entonces sigue teniendo sus mismos hábitos nocivos, es ahí donde entra el papel del médico, el cual debe generar las condiciones conceptuales para que el paciente mismo conecte su vida con sus consecuencias patológicas. El médico debe confrontar con todas las metodologías posibles al paciente con su propia realidad por cruel que sea y debe interpretar una especie de dramatización donde el mismo paciente reciba una epifanía, una forma de revelación sobre lo mal que actúa con su salud, que viva una verdad, como quien es reseteado, que le caiga el veinte, que si fuera posible hacerlo vivir teatralmente las complicaciones de las enfermedades. Sé como se lee, algo estrafalario y hasta esotérico, no obstante, lo que se pretende es aproximar lo más cerca a la realidad que inevitablemente enfrentarán el paciente y su familia sino se cuida metabólicamente. Podíamos llamarlo concientizarlo dramáticamente. Para darme a entender mejor, es como intentar que experimente las consecuencias (mediante palabras claras, directas y dramáticas) y generar un temor reverente por la enfermedad con el fin de activar su letárgico o confuso instinto de supervivencia. Algo así como asustarlo con el petate del muerto. Sino, de todas maneras, el evento cerebro vascular, el infarto agudo al miocardio, la amputación del pie gangrenoso, la ceguera retiniana o y/o la insuficiencia renal lo despertarán y el camino será más difícil de emprender.
Segundo, como médico, asumiendo la convicción que la clínica no es un flujo unívoco de indicaciones hacia un pasivo paciente que las cumple mecánicamente, sino una vía educativa en dos sentidos. Esto no significa que haya elementos que sólo tienen una dirección, dada la naturaleza compleja de las enfermedades y su respectivo tratamiento, pero, eso no obsta que se puedan transformar en pautas teóricas básicas fáciles de aprender y aplicar para la vida diaria. En esa línea, el médico brinda su adaptada información para el fácil aprendizaje, el paciente la asume, la vive, la incluye en su diario vivir y luego envía su retroalimentación, con opiniones, tácticas usadas, ampliando y profundizando sobre la patología-tratamiento desde su propia y particular vivencia.
Tercero, el médico debe estar dispuesto para repetir en cada visita sin excepción, todos lo relacionado a la enfermedad, es decir, cada encuentro debe ser una oportunidad para retroalimentación de cada indicación sobre el manejo de su enfermedad y el fomento de su salud. Aunque parezca cansino o realmente se vuelva así para el paciente. Se debe corroborar que haya un apego gustoso cada vez más, aunque al principio haya sido a regañadientes.
Cuarto, para garantizar la repetición debe formularse formas abreviadas en lo que debe practicar, por ejemplo: cero aceite, cero grasoso, cero artificial; también, la dieta 3,2,1: tres veces a la semana pollo, dos veces a la semana pescado, una vez a la semana res; las 5R de la caminata saludable: sin Rumbo, sin Ruta, Rápido, Regularmente, Ropa cómoda, entre otras ideas.
Quinto, siempre esté dispuesto y preparado para explicar los cuestionamiento sobre algunas indicaciones. Siempre debe explicar aunque el mecanismo sea complejo. Asegúrese de usar palabras de uso frecuente para su paciente según contexto. No use de excusa lo difícil de explicar sobre fisiopatología, farmacocinética, farmacodinamia o endocrinología para no explicar o ser extremadamente superficial o simplista. No subestime al paciente, la mayoría sólo desconoce los tecnicismos y no por eso son tontos o incapaces.
El paciente experto es aquel capaz de reconocer sus límites y posibilidades en el control de su enfermedad metabólica. Sabe cuando debe recurrir a su médico y cuando solo necesita aplicarse de mejor manera a las recomendaciones recibidas. Es creativo para cumplir su dieta múltiple, variada, balanceada; para hacer su actividad física saludable; para no olvidar su tratamiento farmacológico; para huir de las tentaciones sociales y culturales que lo enferman. Para el paciente experto, comer saludable o practicar hábitos de actividad física no constituyen castigos, purgas o sacrificios, sino representan un retorno al camino de la vida, una manera de amarse, de cuidar a su familia, es lo que siempre debió haber hecho para no llegar hasta donde llegó. Esa verdad lo vuelve infranqueable para sus viejas amistades de vicios, a los cuales, fácilmente puede neutralizar sin perder lo positivo de su compañía.
Finalmente, implementar esta manera de perspectiva sobre un paciente de clínica metabólica, no debe tomarse como un protocolo inflexible y aplicado monótonamente, al contrario debe permitirse toda la espontaneidad posible, sustentada en un genuino vínculo de confianza con la máxima apertura, de tal manera que el mismo paciente se sienta impelido a cumplirla. Tampoco significa ser condescendiente y tratar al paciente como un incapaz o un niño; sino, demostrarle al paciente todo el potencial que tiene para el autocuido, las razones válidas para hacerlo, las motivaciones adecuadas mediante los métodos científico más acertados.