(III parte).
Desde la Facultad Multidisciplinaria Oriental.
Previamente se ha intentado aproximarse a una definición sencilla de Universidad ( como una óptica vivencial en la calidad de profesor de la Universidad de El Salvador), luego se ha pretendido abordar una línea problemática de su cotidianidad política, en lo que respecta a la desproporcionada representación del sector profesional no docente en el gobierno universitario, planteándola como una anomalía en su expresión identitaria desde su vocación esencialmente democrática. Ahora, la otra línea problemática, que considero crucial en el deterioro democrático de la U, la he resumido así: supremacía de la bipartidocracia en las decisiones estratégicas y directivas tanto académicas como administrativas en detrimento de la democracia estudiantil. Trataré de ampliarla en este artículo.
Preliminarmente deseo aclarar que no es una tarea fácil dimensionar tal compleja situación problemática, cuya naturaleza intrincada amerita una exhaustiva investigación (de preferencia cualitativa) con cada actor involucrado en los diferentes niveles, principalmente estudiantes, profesores y personal administrativo cuya experiencia aportaría las piezas claves para armar el ingente rompecabezas. Y, ese es un propósito de este artículo de opinión, aportar elementos que actúen como indicios para impulsar a un estudio que capture lo más posible de tan escurridiza realidad universitaria.
Lo que leerán es una especie de boceto interpretativo que se desarrolla a partir de vivencias personales, pláticas con múltiples colegas, compañeros administrativos y estudiantes, en por lo menos, una década.
También, una acotación más, sobre el contexto durante el cual se escribe este artículo, y es lo que aparenta ser actualmente un esfuerzo serio por eliminar la dicotomía partidaria a la que estábamos mal acostumbrados, donde ha surgido un movimiento que profesa ser renovador y abandonar viejas prácticas, se precia de ubicar nuevas personas con una nueva visión para reiniciar el progreso de la U, el cual se había estancado en pleitos corruptos por poder, fama politiquera y dinero. Entonces, se espera que sea una verdadera transición y no una mascarada para seguir en las mismas prácticas.
¿Bipartidocracia?
Si, dos partidos. Dos marcas partidarias. Dos líneas ideológicas, una con tintes hacia la derecha ortodoxa sin admitirlo y el otro bañado de un rojo con brillo izquierdista sin negarlo. Ambos, con apoyos de las tendencias partidarias resabidas. Mutuamente acusándose de corrupción, ineficiencia y nepotismo, ambos bloqueándose proyectos; los dos partidos con sus figuras antiguas y conectes en las altas directivas centrales. Los dos con simpatizantes y seguidores a ultranza, también con partidos satélites para hacer coaliciones, dentro de ellos, saltando de uno a otro según sea la conveniencia. Tal como, fácilmente se podría concluir, la sana política universitaria se ha(¿había?) vuelto una bajera politiquería a lo frentearena, de tal manera que, cuando los de un partido obtenían más votos para sus representantes en Asamblea General Universitaria (AGU), Consejo Superior Universitario (CSU) o liderazgos como rectoría o decanatos, iniciaban una avalancha de cambios en las jefaturas de departamento, cancelación de proyectos, degradación laboral revanchista de empleados de su partidos oponente, masivos ingresos de “amigos” o aliados comprometidos a las plazas, y simultáneamente, había un contraataque de demandas contra autoridades, protestas, pleitos en los momentos de votación en juntas; recursos de anulación de votaciones, manipulación de profesores y estudiantes para luchar de un lado u otro; tanto así, que los años electorales, se volvían una serie de conspiraciones, intrigas y discusiones entre compañeros, etc. Mientras tanto en lo que respecta al curso de la vida de responsabilidades universitarias, atrasos en las decisiones de la Junta Directiva, retraso en pagos a profesores hora-clase, eventuales, amenazas de despido a profesores de plazas ley de salario, construcciones de edificios detenidas, mediocre mantenimiento a los edificios y sus respectivos servicios, infraestructura insuficiente, carencia de objetos en laboratorios, permisividades en actos deshonestos de profesores, una disminución en la calidad académica, científica y social, etc., en todo esto, la voluntad estudiantil atenuada a solo simples votos y meras víctimas al sufrir la carencia de una digna cátedra de educación superior.
Aunque la Ley Orgánica Universitaria no establece la presencia de partidos, sino movimientos; (y obviamente, los partidos que actúan como partidos perjurarán que son movimientos), la vida política universitaria es regida por esas facciones que se obstaculizan mutuamente y en consecuencia a la U, régimen que es conspicuo en años de elecciones.
En realidad, la dificultad no radica en la competencia política donde predominan dos valoraciones diferentes, si solo conllevara modos diferenciados, pero útiles y progresistas de avance universitario; si no hubiera jugadas sucias de impedir mejora en el tipo de plaza de profesores que no son afines al partido, si no hubiera colocación en puestos de jefatura a personas incompetentes solo para pagar favores; tampoco, actos ensañados para despedir a empleados cuya plaza se desea para cheros; si valoraran los esfuerzos didácticos individuales para cambiar las aulas por alguien de quien se sospecha comulga con el partido contrario; si no hubiera conspiraciones para quitar al que se encuentra en la silla grande. No habría problema, si los debates políticos fueran para decidir qué mejor idea de gestionar los pírricos fondos en función de la investigación, contrato de más profesores en ley de salarios, modernización de aulas, y no que fuera necesario irse a las palabrotas, golpes físicos o pedir apoyo preventivo a la policía.
Si se ha leído con detenimiento, la anterior descripción de la vida política universitaria, donde hay dos grandes agrupaciones que imponen sus candidatos, que obligan a sus correligionarios a votar en bloque con promesas de mejoras salariales, bonos extraordinarios y ayudas con puestos administrativos a sus parientes, se descubrirá como un calco, lo parecido que es a la política nacional desde 1989 hasta 2019. Indudablemente la política del país ha sido la maestra de la política universitaria con todos sus vicios, corrupciones, nepotismo, ineficiencia, y eso ha provocado que la Universidad no avance hacia la excelencia que se ha dicho tuvo alguna vez en Centroamérica.
Tal condición ha llevado a los estudiantes a desentenderse de la política universitaria, no les interesa votar, porque por los que votan no son elegidos y los elegidos no se interesan en ellos; y sólo los usan para las votaciones. Pareciera que los caudillos de los dos grupos partidistas se esmeraran en desanimar a los estudiantes a participar en la vida democrática de su U, mediante aquellos profesores que son beneficiados con tan deleznables prácticas y les hubieran hecho creer que la Universidad es: el conjunto de autoridades partidarias, los profesores afines y sus oscuros consejeros tras bambalinas. ¿Qué se puede hacer si siempre los mismos se las ingenian para infiltrar los partidos con sus nombres que parecen sopas de letras envenenadas? ¿Para que mover a los estudiantes a votar, si los cuadros ya llevan el gane y la derrota inscritos previamente?
¿Qué hacemos?
Intentar una y otra vez, una reingeniería de los mecanismos políticos de la Universidad. Aparte de los esfuerzos a través de las dinámicas y los vehículos que la fuerza de la tradición ha establecido dado el vacío legal orgánico en cuanto a maneras y formas de organización estudiantil y docente, y luego, de una reforma a los artículos de la susodicha LOUES; hay que reinventar la forma de acceder democrática y participativamente a la dirección universitaria y eso debe pasar obligatoriamente por entregar la hegemonía universitaria a quienes ya la deberían poseer por antonomasia, a los estudiantes.
Que será anarquía, que son inexpertos, que son manipulables, que no saben lo que quieren, que son fácilmente engañados, esos son los argumentos de quienes han tenido la Universidad encerrada en los salones de reuniones donde se decide que se hace con el dinero, que se hace con el poder y que se hace con la fama sin pensar verdaderamente en la academia. Solo quienes están dispuestos a tener una universidad que despunte entre las mejores de Latinoamérica, se arriesgan a entregar la U a los estudiantes. Si ellos son la U, ellos sí saben lo que quieren, tienen todas las nuevas ideas, tienen toda la voluntad, todavía hay en su lozanía, esperanza de cambiar el país mediante la cultura, la ciencia y la tecnología.
Es cierto, que requieren guía ética de la experiencia, de la pericia, de los profesores, administrativos y directivos que los orienten por su propio camino para que ya siendo viejos profesionales no se aparten de él. Indiscutiblemente necesitan de un sistema académico que los tome en serio, que los escuche, que les modele una propuesta viable para desarrollar sus competencias, para gestionar los problemas, para transformar su realidad; no obstante, ese sistema debe incluirlos como lo que son, la esencia de la U, de quienes multitudinariamente aún escuchamos el eco de su grito a voz en cuello, con toda propiedad: ¡Esta es la U!