El mensaje de Romero

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En “El mensaje de Romero” presentamos cuatro fragmentos en texto de las homilías del  arzobispo de San Salvador, entre 1977 y 1980. Aquí podrá leer la reflexión de San Romero en torno a la educación, la violencia en El Salvador y un fragmento de la homilía del 23 de marzo de 1980.


La denuncia

Yo quiero ver en la presencia de estas familias que sufren estos tres gestos de las tres lecturas; el primero es el heroísmo de aquella madre del tiempo de los macabeos. Una denuncia valiente, la presencia de aquella mujer frente al tirano era una denuncia. Su misma presencia de madre exhortando a sus hijos a morir antes que traicionar su devoción a Dios es una presencia que está clamando contra todos aquellos que quieren arrebatar los derechos de Dios y constituirse dioses de la tierra, señores de la vida de los hombres. Nadie como una madre puede comprender lo que vale un hombre, cuando ese hombre, sobre todo, es su propio hijo: “¿por qué me lo torturan? ¿por qué me lo desaparecen?”. Y la presencia de una madre que llora a un desaparecido, es una presencia-denuncia; es una presencia que clama al cielo; es una presencia que reclama a gritos la presencia de su hijo desaparecido.

Como María al pie de la cruz, toda madre que sufre el atropello de su hijo es una denuncia. María, madre dolorosa, frente al poder de Poncio Pilatos que le ha matado injustamente a su hijo, es el grito de la justicia, del amor, de la paz, de lo que Dios quiere, frente a lo que Dios no quiere, frente al atropello, frente a lo que no debe ser.

Esto es lo que significa esta presencia, hermanos, y esto no es política, esto es la voz de la justicia, esto es la voz del amor, esto es el grito que la Iglesia recoge de tantas esposas, madres, hogares desamparados, para decir: “esto no debe ser, que vuelvan esos hijos donde los reclama el derecho de Dios, la ley del Señor”.

Es el grito contra el pecado. Y esto es lo que está haciendo la Iglesia, gritando contra el pecado que se entroniza en la historia, en la vida de la Patria para decir que no reine el demonio, que no reine el odio, que no reine la violencia, el temor terror; que reine el amor, que reine la paz de los hogares, que vuelva a la tranquilidad lo que ha sido causa de intranquilidad.

Homilía del 7 de diciembre de 1977


La educación

Quién puede descuidar, por ejemplo, en un sentido bien nacional de la palabra el acontecimiento pintoresco de esta semana: los niños con sus cuadernos y libros caminando para la escuela. Han comenzado las clases. Esto nos lleva a vivir esta semana también en una reflexión de ese acontecimiento patrio. ¿Qué piensa la Iglesia ante este espectáculo bello de una niñez, de una juventud, de unas escuelas que se abren, de unos maestros y maestras que están esperando después de sus vacaciones a los niños que vuelven?

En primer lugar, hermanos, elogiar el esfuerzo del Gobierno por extender la educación a todas partes. Claro está, es una gran obra y ojalá hubiera escuela para todos. Pero por otra parte, la Iglesia junto con esta alabanza y este aplauso quiere exponer su pensamiento acerca de la educación, y lo dice con franqueza a través de los Documentos de Medellín. Cuando mencionamos los Documentos de Medellín muchas gentes se asustan, pero es porque no los saben leer. Medellín es el pensamiento de la Iglesia para el continente latinoamericano. Naturalmente que muchos han abusado de esos Documentos, así como otros también los consideran como un tabú, de miedo. No es otra cosa que la inspiración cristiana a los pueblos latinoamericanos.

Un documento de Medellín se refiere a la Educación y de allí saco estos pensamientos para las escuelas que hoy abren: Que tenemos que criticar que la educación, por lo general en América Latina, no corresponde a la necesidad de unos pueblos que buscan su desarrollo. Es una educación que tiene un contenido abstracto, formalista, una didáctica más preocupada de transmitir conocimientos que de crear un espíritu crítico. La verdadera educación debería de crear en el niño y en el joven un espíritu crítico. Quiere decir que no se trague todo tan fácilmente, que sepa estar despierto. Que a la noticia del periódico no la crea sólo porque salió en el periódico; que analice, que critique. Que una ley que sale sepa analizarla, sepa ser crítico de su hora, de su ambiente.

Actualmente es una educación orientada al mantenimiento de las estructuras sociales y económicas imperantes y propiamente no es una colaboración a la transformación que necesitan nuestros pueblos, es una educación uniforme.

Homilía del 22 de enero de 1978


La muerte en El Salvador

Es aquí por eso que yo les invito a reflexionar en nuestra realidad, donde hay que ver esta triste situación de pecado. Esto es doloroso: si la muerte es índice de pecado, en El Salvador se nos está denunciando como uno de los países donde se ha entronizado de esta manera más absurda y loca el pecado, los poderes del infierno.

Por lo menos 24 personas fueron asesinadas esta semana por motivos políticos. Siguen matando maestros. Continúan apareciendo cadáveres no identificados en distintas partes del país. Son tantos los que han muerto así, que ya se hace difícil hasta mencionar sus nombres o la vertiente política a la que pertenecen. Pero todos denuncian una danza macabra de venganza, de una violencia institucionalizada, pues unos mueren así directamente víctimas de la represión y otros mueren precisamente por servir a esta represión. Podemos decir que nuestro sistema es como aquel dios Moloc, insaciable en cobrarse víctimas, ya sea los que están contra él, ya sea también los que le sirven. Así paga el diablo. Por eso, cuando se me dice que yo sólo me fijo en una clase de muertos y no en otros, yo digo: ¡la muerte me duele tanto en cualquier hombre que sea!.

En esta semana han muerto tres policías y quizá quisiera decir que me da más lástima porque mueren precisamente por servir al dios Moloc, porque así mueren precisamente. ¿Será por la fuerza, será porque les han lavado el cerebro y son auténticamente enemigos del pueblo?. O ¿será por ganarse la vida?. Es triste, pero esta es la verdad, los asesinatos de una y otra vertiente, en esta danza macabra de la muerte por venganza política, son el mejor índice, espantoso índice, de lo injusto de nuestro sistema, que se cobra ya sea por la represión directa, ya sea por la indirecta represión de servir al poder que reprime. Lo más doloroso es que no se está haciendo ningún esfuerzo eficaz por parte del gobierno para frenar estos crímenes injustos que están bañando de sangre a El Salvador.

Desde el punto de vista cristiano, no se justifica ninguno de estos crímenes, aunque digan que los hacen para salvar a la patria del terrorismo. El Papa Juan Pablo II acaba de decir una palabra muy luminosa ante las exigencias de un movimiento neo-fascista italiano, que quiere que el gobierno de ese país implemente medidas estrictas antiterroristas, estableciendo entre otras cosas, la pena de muerte. Esta es la voz de la extrema derecha. Como que no tiene otras armas para defenderse que incitar a la represión; y el Papa advirtió que “la Iglesia Católica busca liberar a las buenas almas de la terrible tentación que podría conducir hacia reacciones provocadoras y opresivas”.

La Iglesia no es partidaria de esas voces de venganza. Insistimos una vez más: el gobierno tiene capacidad para frenar muchos de estos crímenes, ¡por lo que le pedimos formalmente que lo haga! La represión violenta no es el camino eficaz para pacificar el país y restablecer la justicia. Hoy dará su informe presidencial el general Romero; quisiéramos oír una palabra nueva en el mensaje. Una palabra que reconquiste la credibilidad, la confianza perdida. Una palabra que sea la respuesta que hace tiempo espera el pueblo: ¿Dónde están los desaparecidos?… ¿Cuándo vuelven a la patria los exiliados?… ¿Cuándo cesa la tortura y la captura arbitraria?… ¿Cuándo se dará auténtica libertad y confianza a la Iglesia?…

Homilía del 1 de julio de 1979


¡Cese la represión…!

Queridos hermanos, sería interesante ahora hacer un análisis pero no quiero abusar de su tiempo, de lo que han significado estos meses de un nuevo gobierno que precisamente quería sacarnos de estos ambientes horrorosos y si lo que se pretende es decapitar la organización del pueblo y estorbar el proceso que el pueblo quiere, no puede progresar otro proceso. Sin las raíces en el pueblo ningún Gobierno puede tener eficacia, mucho menos, cuando quiere implantarlos a fuerza de sangre y de dolor…

Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejercito, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: No matar.

Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!

La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza.

Vamos a proclamar ahora nuestro Credo en esa verdad…

Homilía del 23 de marzo de 1980

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