Acerca de la relación médico-paciente.
Me gusta recordarle de cuando en cuando a mis pacientes: “no olvide que se lo está diciendo su médico, no un vecino, no un compadre, no un amigo, no alguien conocido que se encontró en el camino, es su médico.” No son arrebatos de ínfulas o altanería, sino, lo enfatizo con el único afán de ubicar a las personas en el contexto técnico donde reciben la indicación.
No son mis opiniones, ocurrencias, valoraciones o invenciones de mi imaginación, todo lo que se vierte es el resultado de un proceso científico formal de casi una década y de la aplicación diaria de el mismo en otros quince años más. Es ciencia aplicada; son conclusiones serias acerca de la fisiopatología de su padecimiento. En mi caso, del cual puedo dar fe, es un deseo sincero de educarle sobre su enfermedad, de apoyarle en la curación, de guiarle en la restauración plena de su salud. No es una charla banal, no es una perorata religiosa, tampoco es un discurso publicitario que intenta persuadirlo en la compra de algún producto, y aunque hay un fundamento filosófico, no es una conversación metafísica o diálogo teosófico; además, bien podría hallarse enfoques teológicos, no obstante, no es una evangelización per se. Y como se dice al calor del caló salvadoreño: “no es paja” la que le hablo.
Cuando un paciente se interna a un intercambio verbal con médicos debe tener expectativas acorde a los títulos que se ostentan, aunque fuera recién graduado, hay todo un respaldo académico que ha sistematizado sobre su anatomía, fisiología, bioquímica, sobre el mundo microbiológico, acerca del universo farmacológico, toda una aproximación precisa del como semiológico, una verdadera exploración radical y minuciosa a la patología humana; todo ese bagaje sustentan su título; y, aun, podría no existir conciencia social plenamente configurada o cierta ingenuidad, incluso ser un amateur en aplicar las técnicas de entrevista o examen físico; pero, con todo ello, el médico que platica con usted como paciente está impelido a responder acorde a un esquema pre-establecido por las ciencias médicas.
No intente sugerir, pedir o indicar, que eso podría llevar al médico en su anhelo de complacerlo, aceptarle sus ideas y fracasar; no hablo de omitir todas y cada una de sus dolamas, no me refiero al silencio suyo ante el interrogatorio, como quien oculta datos valiosos por vergüenza, orgullo o capricho; me refiero que no se equivoque al pensar que usted conoce mejor su cuerpo que el médico y por lo tanto, trate de imponer sus creencias para orientar la entrevista con el médico; sí, le concedo que usted conoce donde le aprieta el zapato, le acepto que solo un enfermo que vive su dolor, sabe esencialmente del mismo, pero el médico, el sabe mecanismos que ni siquiera cruzan por su lógica; el médico establece asociaciones que requirieron siglos de observaciones y discusiones en todo el mundo para hacerlas y todo para sanarle, para recuperar el ritmo fisiológico de su trastorno. Cada vez que usted le presiona a un médico a que le de tal o cual remedio, que le indique este o aquel examen, o peor, que le insista a una referencia a un especialista porque le han dicho o ha visto en la televisión o Facebook, solo está agregando obstáculos en el camino correcto para descifrar su pathos.
Por lo cual, saque el mayor provecho a los quince minutos, a los cuales, los médicos públicos le es permitido por el Estado para atenderlo (y si fuera médico privado, con mayor razón), dedique un problema, uno a la vez, dele todos los detalles de un mismo sufrimiento, detalle: tiempo específico, cuanto le dura, cuantas veces le da por día, semana, mes o en el año, sea preciso en hablar del lugar donde lo aguanta, platique sobre las actividades que le provocan, alborotan o calman el síntoma o signo, explique lo más que pueda si hay otras señales que le aparecen simultáneamente. No trate de ser breve en la descripción del mal que le aqueja, no asuma que ya eso lo sabe el médico o que es tonto o ridículo mencionar cual o tal cosa, sea abierto, transparente como si fuera confesión clerical, no escatime en detalles de su enfermedad de tal manera que usted esté seguro que el médico le ha captado lo más claro posible su vivencia mórbida.
Asimismo, resista la tentación de abarcar más de una enfermedad, más de un trastorno, más de una dolencia para aprovechar el viaje, el gasto, el tiempo; no permita tal irrespeto, no le sirva en bandeja de plata la desidia de atenderlo mal, con tal de condescenderle y el tonto pretexto de verlo “integral” o la excusa de una ganga del dos por uno. La plática con el médico es (o, debería ser) seria, es decir, metódica, sistemática, científica, técnica; un proceso paso a paso, una estrategia que requiere un alto gasto de intelectualidad; no es una mágica maña, tampoco un furtivo subterfugio mercantil, es una ética aproximación con pertinente tiempo y modo. Por ello, debe ser dedicado a una estructura biológica suya, a una célula, a un tejido propio, a un querido órgano, a uno de sus once sistemas, a una falla patológica; el cerebro analizante del médico debe concentrarse en cada palabra suya que se concatena en un solo problema, recuerde que el mucho abarca poco aprieta. Un mal a la vez. Una enfermedad por visita. Un problema según su orden.
Aunque el médico ría, cuente chistes, suelte dicharachos, refranes, hable del clima, fútbol o elecciones, se descosa en bombas o bromas, le agobie con preguntas familiares, temas sociales o simplemente implante un denso mutismo, y en el peor de los casos, una mordaz reprimenda, recuerde, no es una simple plática entre cheros o entre paisanos, o un trato comercial, es un momento para resolver un problema que le quiebra en pedacitos su noche cotidiana que le parte el alma en el día o que le amarga sus sagrados tiempos alimenticios. Todo lo anterior, solo es el médico retomando de sus herramientas de empatía para sumergirse en su vedado mundo de secretos y enigmas biosocioculturales. Y si más de alguno se concentra más en la tertulia que en interrogarle, con mucho tacto, encamínelo a conocer de como usted experimenta su enfermedad.
Si es que la plática con el médico es un encuentro entre el esquema científico sobre el humano y el humano mismo; una danza del que sabe en general con el que sabe en particular; un debate del como debe ser entre el como pudo ser; la utopía y la distopía. La esperanza ideal y la real desesperación. Así, el paciente dirá todo lo que siente y el médico le dirá lo que sabe sobre lo que siente, con el fin de darle fin a lo trastornado. Esa sincrónica interacción verbal construye un tratamiento a la medida, con datos científicos y notas de realidad paciente. Es una reconciliación entre la bioquímica y la química general, un retorno a la homeostasia microbiológica, una vuelta a la armonía neuroquímica, una tregua con los demonios propios mediada entre el médico y la fuerza perseverante del paciente.
En esa lógica, se debe dejar delimitada con justa medida la naturaleza de la plática con el médico general o especialista, en otras palabras, no tomarla como un mero formalismo para obtener fármacos, un chequeo laboratorista, una derivación a otros expertos, una incapacidad laboral o una constancia escrita de salud; tampoco, es una sesión milagrosa o magia curativa; sino, es un sometimiento a una conversación y contacto para detectar anomalías, establecer un diagnóstico, tratamiento, aproximado pronóstico y si aplicara un seguimiento, todo ello en un ambiente de respeto, mutua cooperación, confidencialidad y basado en la bilateral confianza.
Finalmente, debe saber que el mejor médico es aquel que más pregunta y, consecuentemente deja que amplíe sus respuestas lo más posible (dependiendo su realidad laboral pública, claro), es aquel, que siempre le examina según el área expresada donde se halla el malestar, aquel que le dice el más probable diagnóstico, aunque sea un nombre enredado y confuso, e intenta explicarlo, así como su tratamiento, le conmina a seguir una conducta congruente al mismo, y sin faltar, un seguimiento de requerirlo la complejidad nosológica. No se conforme con una receta ilegible para llevarla a la farmacia, debe salir, por lo menos, con una conciencia clara sobre su probable diagnóstico, un transparente tratamiento, si amerita, unos específicos exámenes, una serie de indicaciones (aunque difíciles) para cambiar conducta anómala, un aproximado pronóstico y una próxima visita. El médico que omite algo de ello, o está muy apurado por la presión laboral de un sistema de salud caduco, es un comerciante de la salud, o simplemente se equivocó de vocación. ¡No se espera menos de esa plática, dado que no es cualquiera!