Hemos sido acostumbrados por múltiples fuentes cinematográficas, televisivas, periódicos, revistas u otros medios de difusión ideológica a conceptualizar al médico como una persona de clase económica alta, autónoma, con ropa elegante, culta y modales impecables, que posee su clínica lujosa junto a su mansión o de atención personalizada a domicilios exclusivos; también, se le modela como alguien que vive en un hospital, con su pijama o filipina, luciendo su larga gabacha blanca como si fuera sotana, con su estetoscopio alrededor del cuello, recorriendo junto a otros médicos o estudiantes de medicina cada cama hablando y analizando el caso o corriendo velozmente como un héroe ante una emergencia para salvar vidas; se nos ha sido presentado como un habilidoso cirujano que abre el tórax y trasplanta corazón; como un obstetra que recibe triunfalmente a un nuevo ser; como un cariñoso pediatra que diagnóstica extrañas enfermedades infantiles; como un atento, interesante e interesado analista psicoclínico, casi un místico de la mente, como un frío forense que realiza una autopsia, y así, entre otras especialidades. Todos como profesionales soberanos amos de su tiempo, espacio y praxis. Respetables y respetados, temibles y temidos, siendo seres especiales casi venerados como dioses de la salud,  después de Dios, los médicos. Se nos ha hecho considerarlos que en la jerarquía laboral son sus propios dueños, accionistas mayoritarios, o en su defecto sus mismos amigos colegas les supervisan. Probablemente sea así en países desarrollados o en unos pocos casos de la élite en El Salvador; no obstante, la mayoría son predominantemente: empleados o pequeñísimos dueños de cuartuchos que se les dice clínica. Al inicio de su ejercicio, a mediados del mismo y al final de él.

E insisto, aunque haya algunos casos de médicos cuyo perfil es notable tanto financiera como social y políticamente, siendo dueños de hospitales, trabajando para familias adineradas o despuntando en cargos públicos, por lo menos en El Salvador, la gran mayoría no es así.

El médico promedio en El Salvador combina múltiples trabajos para pagar las típicas deudas de la clase media, a saber: casa, matricula de colegios, vehículo, servicios, alimentación, vestuario, recreación, etc. Muchos poseen tarjetas de crédito para darse sus lujos como: viajes, joyería, carros nuevos, casas en colonias parcialmente privadas, suscripciones a plataformas de entretenimiento, entre otras. Bastantes médicos viven coyol quebrado, coyol comido, corriendo de sus dos o cuatro horas a sus clínicas privadas (cuyo local es alquilado), o atendiendo cirugías, partos,  emergencias en hospitales que les permiten estar en sus listas de llamada, otros saltan de unidades médicas del ISSS a clínicas empresariales o de clínicas privadas a farmacias. Del tingo al tango entre FOSALUD y horas clase en universidades privadas. Unos cuantos, viven (o desviven) haciendo turnos en los hospitales privados en condiciones de explotación y con paupérrimos emolumentos. Todos desgastándose para alcanzar su presupuesto autoimpuesto por la llamada calidad de vida. Me he matado estudiando, ¿Cómo voy a ganar solo eso?; para eso estudie tantos años.

La mayoría de médicos,  por lo menos en un segmento horario, reportan su entrada y salida, tienen jefe, deberían tener espacio de refrigerio, se rigen a normas institucionales, aparecen en planilla, se les descuenta para AFP, ISSS, deudas, FSV, etc.;  se les evalúa anualmente, se les asigna salario sumamente bajo no acorde a la naturaleza y responsabilidad de su profesión, tienen interacción con otros trabajadores de salud, tienen la posibilidad de sindicalizarse, participan de asuetos, varios trabajan en vacaciones, horas extras y fines de semanas (y muy frecuentemente no se les remunera doble como la ley demanda). Muchos son explotados como cualquier proletario bajo la premisa (torpe y perniciosa excusa diría yo) que se deben entregar cuerpo y alma a su vocación porque sino para qué estudiaron esa carrera. Viven pensando en sus condiciones de ingresos para sostener a su familia, pendientes de la pensión y buscando beneficios de bonos aislados (los cuales se agradecen) y esperanzados en su mejora salarial anual con un pírrico escalafón (que por cierto, cada año hay rumores bien o mal intencionados, no contradichos oficialmente, de suspender dicha legítima prestación).

En fin, los médicos en El Salvador no son élites, sino parte del gran caudal de empleados, subempleados, trabajadores independientes o hasta desempleados. Tal vez podrían tener pensamiento elitista, pero en su realidad material sufren en mayor o menor grado los altibajos económicos como cualquier empleado o como trabajador independiente.

Uno pensaría que el médico vive en una burbuja científica pendiente de la ciencia médica día a día, que asiste a ostentosos congresos, levantando su pulgar rozándose con la crema y nata de la alta sociedad oligárquica, que sólo habla de ciencia, salud y astralidades bioquímicas, y reitero, aunque hay unos escasos casos, la gran mayoría, sin temor a equivocarme habla de descuentos, de consumo, de gastos, de deudas, de atraso en pago en los colegios, de temor por su jubilación, de enojo por el poco salario, de los congestionamientos, del mal servicio colectivo, de los abusos de las tarjetas de crédito, de gangas en carros usados, en otras palabras, son agrupados en un segmento social entre clase media baja a media alta.

Uno pensaría que los temas frecuentes en las asambleas de sindicatos médicos serían aspectos científicos, técnicos o hasta clínicos, no obstante, lo que predomina es: salario, relaciones patrón-empleado, aumento de horas, ascensos, escalafón u otras prestaciones, parqueo. Eso no debe banalizarse ni escandalizarse, sino asimilarse como la lógica de cualquier empleado cuya cotidianidad es lidiar con problemas que cualquier trabajador debe enfrentar.

Todo lo anterior nos hace pensar que si los médicos son sometidos a condiciones laborales deficientes e injustas, habrá un impacto en su praxis en detrimento en el sistema de atención en salud pública o privada. Es decir, no es solo una alteración asociada a productividad en cuanto a meras cosas, sino un daño grave a la vida y salud de los ciudadanos. Así, si hay un salario insuficiente se renuncia y habrá menos médicos atendiendo grandes cantidades de pacientes, si hay malas relaciones con jefatura, entonces habrá anomalías emocionales y por lo tanto, se altera automáticamente el trato a pacientes. Eso sucede con cualquier trabajo, pero se olvida que sucede con médicos. También si un médico no cuenta con las condiciones de infraestructura, de herramientas, recursos, relaciones cuya obligación es de la empresa o institución brindarlos, se afectará en la calidad y calidez en la atención a pacientes.

Al parecer, toda esa obviedad de afirmaciones se olvidan y solo se recurre al argumento del médico empleado cuando se le dice: yo le estoy pagando con lo que me descuentan del ISSS, usted es mi empleado porque le descuentan de mis impuestos, yo pago la consulta, ya pagué en el hospital, etc.

Sin embargo, afirmar (basado en la observación y experiencia) como una especie de hipótesis, que la mayoría de médicos en El Salvador son trabajadores independientes o empleados públicos o privados de clase media baja a media alta, eso no implica una degradación de la posición de un médico en la sociedad, ni reducirlo a mero recurso humano de una gran empresa, sino establecer una sencilla aproximación a la situación laboral médica en El Salvador desde una perspectiva vivencial. Además, lo mencionado no demerita la complejidad de la profesión médica sino, todo lo contrario, la coloca en su justa medida y nos recuerda la estrecha relación entre la ciencia aplicada y lo sociolaboral.

Finalmente, es importante resaltar que el médico entendido como empleado público o privado cumple un rol esencial, axial y fundamental en cualquier institución o empresa de salud del cual es imposible prescindir. Y sin el ánimo de ser arrogante o elitista, sin los médicos no existiría sistema de salud ni público ni privado. Eso no implica un trato preferencial o permisivo en cuanto a lineamientos básicos disciplinarios, sino, requiere de un reconocimiento intregral de parte de las autoridades, acerca de su labor, acorde a la naturaleza compleja de su profesión y responsabilidad que tal conlleva, y así proveer de todas las condiciones laborales dignas como: salario justo, descanso respectivo, capacitación continua de alto nivel, respeto de sus derechos laborales, herramientas y equipo de tecnología pertinente. Todo ello, sabiendo que si se dignifica al médico como empleado también se dignifica la atención a los pacientes.

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