En el sistema internacional del siglo XXI, las relaciones China-Estados Unidos son el eje en torno al cual se articulan todas las demás relaciones. El futuro de la economía y del orden mundiales en este siglo dependen, en gran medida, de cómo evolucionen dichos lazos.

El presidente de China, Xi Jinping, estará en San Francisco del 14 al 17 de noviembre para una cumbre China-Estados Unidos y para la 30ª Reunión de Líderes Económicos de la APEC, a invitación del presidente estadounidense, Joe Biden, informó el viernes Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

Xi y Biden tendrán una comunicación profunda sobre cuestiones de importancia estratégica, general y fundamental para la configuración de las relaciones entre China y EE. UU. y sobre asuntos importantes concernientes a la paz y el desarrollo mundiales, según la portavoz.

Aunque Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial en muchos aspectos, China es el único país capaz de desafiar y rivalizar con el poderío estadounidense en todos los ámbitos, ya sea a nivel económico, en torno a la capacidad de innovación y desarrollo tecnológico o el poderío militar.

Si ambos países se colaboran mutuamente, podrían ser una fuerza fundamental para transformar el mundo en este siglo, contribuyendo de forma significativa a abordar los principales retos a los que se enfrenta actualmente la sociedad internacional. Pero, si entran en conflicto, el resultado será el bloqueo y retraso del desarrollo mundial durante varias décadas, en detrimento de todos.

Desde que Estados Unidos lanzó una guerra comercial contra China, el crecimiento de la economía mundial se ha ralentizado, el comercio internacional ha sufrido graves reveses, las instituciones multilaterales han caído en el descrédito y el crecimiento de la productividad mundial también se ha visto afectado de forma negativa.

Si Estados Unidos insiste en su estrategia de desconectar a China de Occidente, los efectos negativos se dejarán sentir en todo el mundo, puesto que la nación asiática es ahora la principal proveedora global de innumerables insumos de los cuales depende la economía mundial para funcionar. Y China es también el principal mercado para la gran mayoría de las principales empresas multinacionales del mundo, especialmente las estadounidenses.

En este sentido, es positivo que Estados Unidos se esté dando cuenta del enorme error que comete al adoptar una postura hostil hacia China y trate ahora de desarrollar una relación más sana entre ambos países. Para que esto avance, sin embargo, EE. UU. debe darse cuenta de que en el mundo actual ya no hay lugar para la imposición unilateral de sus intereses.

Es comprensible que Estados Unidos, como otros países, se preocupe por su propia seguridad en todas sus dimensiones más relevantes. Pero debe abandonar la visión de que las relaciones internacionales, en todos sus aspectos, son un juego de suma cero donde las ganancias de unos equivalen siempre a las pérdidas de otros.

Los problemas que enfrenta Estados Unidos, especialmente en términos económicos, no son resultado de la competencia extranjera, en particular de China, sino de sus propios fallos, más concretamente su baja capacidad de ahorro.

Con una guerra comercial contra China, Estados Unidos no resolverá sus déficits comercial y público mientras no reconozca que no puede consumir más de lo que es capaz de producir y abuse del hecho de disponer de la principal moneda internacional para satisfacer sus ansias consumistas.

China, al transferir su ahorro a Estados Unidos, tanto real, en forma de productos, como financiero, en forma de préstamos; en realidad ha contribuido a mantener el elevado nivel de consumo de EE. UU. y una inflación baja durante todos estos años. Oponerse a China es una actitud totalmente irracional contra los propios intereses de Estados Unidos.

Siendo ambas las dos primeras economías del mundo, Estados Unidos y China podrían apoyarse mutuamente y apoyar juntos al resto de los países. En el mundo actual ya no hay lugar para la mentalidad de la Guerra Fría.

(El autor es profesor de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Universidad del Estado de Sao Paulo en Brasil)

(Las opiniones expresadas en este artículo son del escritor y no necesariamente reflejan las posturas de la Agencia de Noticias Xinhua)