Se dice que el peor paciente es un médico; que las enfermedades extrañas, las raras complicaciones o los efectos secundarios excepcionales les ocurren a los médicos; que si un médico sufre de un abdomen agudo, el cual es considerado uno de los cuadros que implica aperturar la caja de pandora anatómica, es mejor prestar atención y esperar lo peor; que un médico no debe atenderse a sí mismo: así un psiquiatra debe tener su propio psiquiatra; no obstante, en caso de aplicarse sus propios terapéuticos consejos, la sabiduría milenaria judía indica en sus acertadas palabras, cuyo eco emitió quien se comportara como el Divino Doctor, afirmando: médico cúrate a ti mismo; que, en cuanto al cobro de los honorarios a sus propios colegas: chucho no come chucho y si come, no come mucho; también, al hablar de la salud de la familia del médico: en casa de herrero, cuchillo de palo. Tampoco, ha de faltar quien critique mordazmente al médico obeso a cargo del programa nutricional, al doctor tabaquista empedernido explicar sobre los riesgos cardiovasculares, o afirmar cruelmente que los psiquiatras tienen su propio trastorno psiquiátrico; un proctólogo o urólogo que esquiva diplomáticamente el tacto rectal, ¿Y qué decir de los que descuidan su higiene del sueño para cumplir su labor? ¿Y de los que sufren de lumbociáticas por no atender a las recomendaciones ergonómicas? ¿Y los casos de túnel carpiano por escribir sin pausa? ¿Y los médicos que sufren de ataques ansiosos por descuidar su tiempo de reposo respectivo?

Además, el médico es quien es el más se vuelve objeto de ruego para atender las indicaciones de las medidas de bioseguridad, es quien más cuestiona y reniega para colocarse vacunas; quien más le busca peros al colocarse equipo de protección; tras una actitud de hiperconfianza y hasta desdén, asegurando con su lenguaje no verbal: ¡Exageran!. 

Lo anterior revela toda una visión del médico, dentro y fuera del gremio, manifestada como una situación paradójica, de la cual solo puedo dar fe en El Salvador, que describe un patrón conductual repetitivo cuya tendencia es a la inversa de los cánones saludables, opuesto al sano sentido común, todo en detrimento de la vida del médico como paciente.

“Sí, los doctores también se enferman”, me ha señalado cariñosamente una anciana paciente cuando le he comentado que me ausenté porque había estado incapacitado. No obstante, lo dice luego de muchas décadas de enterarse de médicos enfermos cuya gravedad los arrancó de su silla y los llevó a consultar. Todo ello me obliga a cuestionar los factores que han provocado que se presente ese fenómeno, y supongo, que, como todo hecho de la realidad, requiere ser abordado desde diferentes ángulos para captarlo en su máxima totalidad posible. ¿Desde un aspecto individual, donde su condicionada psiquis concibe una vida médica de autosacrificio, una cognición tendiente a un deseo de autoinmolación en favor de los pacientes, una actitud vicaria que lo hace olvidarse de sí mismo? ¿Simplemente se asociará a un descuido del que da el consejo y se queda sin él? ¿Se relacionará a una autoconciencia distorsionada de inmunidad impenetrable ante las enfermedades? ¿Constituirá una especie de respuesta ante la presión social que le obliga a dedicarse exclusivamente a los pacientes, de la cual, si intenta escapar lo vuelve objeto de severas interpelaciones y graves acusaciones? ¿Será una consecuencia de un sistema de salud público y privado saturado con obsoletos mecanismos de gestión de pacientes, el cual le somete a extenuantes jornadas laborales con pocas oportunidades fácticas a vacaciones? ¿Estará generada por un erróneo modelaje pedagógico de sus maestros antecesores a lo largo de la carrera académica médica, quienes les hacen atravesar actividades de tan alto rigor quasimilitar, que los hace olvidarse de sí mismos, porque el que quiere celeste que le cueste, porque debe pagar derecho de piso, así es el costo de la entrega por los pacientes, etc.? ¿Talvez forme parte del ritual de empezar desde abajo para ser parte de la élite, aguantar hambre para luego comer hasta hartarse, resistir una vida estoica de estudiante para luego disfrutar una hedonista forma de vida médica pudiente?

Por lo tanto, si nos enfocamos en la mera praxis clínica como condicionante de enfermedades profesionales, advertimos una postura sentada continua, sea un consultorio, en una oficina, al tomar una ultrasonografía, tomar una citología cervicouterina, tras un microscopio, una posición largamente constante de pie en una cirugía, pasando visita en múltiples camas hospitalarias; verificamos movimientos continuos de escribir, de tomar la presión arterial, de teclear en una Tablet, de examinar, de dirigir un endoscopio, de debridar, de infiltrar, de reducir fracturas, de colocar dispositivos intrauterinos, y todo ello bajo una gran presión por el número de pacientes excedido, una insistencia de darse prisa para desalojar el espacio para otro médico, o solo el hecho del procedimiento mismo de alta complejidad y alto riesgo, etc. Todo ello implica una inconciencia del tiempo consumido hasta que la vejiga ya no resiste, hasta que el calambre lumbar lo hace gimotear, hasta que debe mira borroso, hasta que cabecea de sueño o el peristaltismo visceral le avisa del hambre, un estómago ardiente casi le grita por el vacío alimentario. Asimismo, valorar los horarios nocturnos laborales muy frecuentes; su poco descanso para reponer los desvelos, su trabajo durante vacaciones, sus escasos e interrumpidos minutos con la familia (escudados bajo la engañosa categoría “tiempo de calidad”). Y así, todos esos factores predisponentes que se agravan por el peso de la compleja responsabilidad asumida en el sostén de la vida y salud humana. 

Probablemente muchos lectores se dirán a si mismos, ellos eligieron esa carrera, esa profesión, entonces ese es su costo; también afirmarán, cada profesión tiene sus demandas; y en parte, tienen razón; lo que me lleva a responder que mi intensión no es quejarme, ni victimizar a la profesión médica, solamente intento presentar el escenario en el que el médico se encuentra al cumplir su papel de restaurar la salud y tratar la enfermedad e irónicamente resulta dañándola sutil o groseramente; y por tanto, debe considerarse un tercero (sea institucional o privado) que vele por la salud del mismo.

Desde el punto de vista individual, cada médico debe asumir una actitud consciente de su condición como paciente, su responsabilidad de dormir las horas requeridas, de evitar vicios, de tener una vida sexual sana, de respetar sus descansos, de cuidar su salud mental, de chequearse según sus factores de riesgo metabólico, genético o profesional, de velar por una nutrición correcta, una actividad física correcta, todo, como cualquier paciente, pero mayor aun como un modelo de paciente ante sus pacientes. Y como es resabido e indiscutible que si una acción vale más que mil palabras, una vida saludable pesa más que miles de regaños y millones de sermones.

Por ello, si bien es cierto para atender la situación problemática de salud-enfermedad del médico como paciente, este mismo debe hacerlo desde su mismo autocuidado, desde sus colegas, eso no obsta, para que se ignore el papel del Estado en ello, porque antes de ser médico, es humano ante la inclemencia de su ambiente, es persona con respectivas prerrogativas sanitarias, es ciudadano igual ante la ley de salubridad como cualquiera, con el mismo derecho de salud, es un paciente con la misma vulnerabilidad y hasta una particularidad extra por su acercamiento máximo a los agentes etiológicos (piense, por ejemplo, en su contacto directo con secreciones broncopulmonares en pacientes SARS-CoV-2 positivos; en su cercanía permanente con pacientes de tuberculosis graves, su manipulación de instrumentos cortantes y cortopunzantes en pacientes VIH positivos, etc.). Luego, el rol fundamental protector del Estado ante el médico como paciente, el cual debería crear una institución que vele por los intereses de salud para los médicos, una organización gubernamental de bienestar médico que vele no solo por las enfermedades profesionales o de accidentes laborales asociados a la práctica médica, sino también, atender las reinvidicaciones laborales, sanitarias, académicas, habitacionales de los mismos. 

Finalmente, cuando el médico es también considerado un potencial paciente, como cualquier otro trabajador, no solo repercute en la misma práctica médica, también es afectado todo el sistema médico del país, y por lo tanto, debería mejorar la atención de los pacientes. Ya sea que una cultura política de autocuidado individual del médico permite un modelaje de una vida saludable a los pacientes, o que un esfuerzo gubernamental enfocado en la salud de los médicos conlleve a un saneamiento de la política de salud pública, ambas confirman que apercibirse del médico como paciente.

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