Antes que nada, el actual El Salvador no solo comprendía la nación Nahuat-Pipil. En ese sentido decir que todo el territorio nacional se llamaba «Cushcatán» es como mínimo de incultos e ignorantes de nuestra historia. La mayoría.

Los Lencas, la otra nación salvadoreña compartía territorio con Honduras y Nicaragua y una cosa es como los Nahua llamaban a los ultra lempinos: Chontales otra como los bautizaron los españoles: Lencas y otra muy distinta como se llamaban ellos mismos: Chapanastiques. Y esto que puede parecer escribir sobre nada es al contrario una necesidad existencial obvia: yo soy tres en uno. Soy lo que soy; soy lo que la gente cree soy; soy quien dice mi DUI o el Estado debo ser.

Escribir sobre Macondo, Springfield o Cushcatán se vuelve entonces un imperativo categórico si eres gitano, hindú o mestizo seas indígena-afro o híbrido salvadoreño. Cada uno escribe sobre sus tiraderos de basura.

Ya solo saber que haya gente a estas alturas del desarrollo tecnológico y cultura digital que crean existió Atlacatl, Atonal o Huistaluxitl (este último el menos conocido y que si nunca lo escuchó demuestra bajo nivel de conocimiento) y se les levanten estatuas y hasta hagan rituales oficiales frente a ellos, es muestra ineludible de que debemos seguir escribiendo a la parroquia sobre historia nacional, filosofía salvadoreña, realidad nacional, análisis político y geopolítica para «desestupidizar» a una buena cantidad de compatriotas adentro y afuera sobre lo importante que es apostar mejor al saber real y hecho que a la superstición o cultos mágico-religiosos que si bien pueden ayudar al turismo y son parte muy querida de nuestro folclore no significan y nunca han querido significar que deban guiarnos al momento de pensar o decidir políticas públicas.

Mis críticos dirán: en un territorio cuyos fracasos y frustraciones personales las canalizamos yéndonos hacia otro país, con el fútbol o muriendo por desesperación en alcoholismo, adicción a otras drogas y suicidio escribir es una tarea inútil si tenemos en cuenta que el promedio escolar es séptimo grado. Yo les respondo: siempre si hay un estúpido-escribiente encontrara otro(s) más estúpido(s) que lo admiren, me lean y hasta lo imiten.

Así, no es algo baladí, escribir sobre ese ente biológico llamado salvadoreño para comprendernos-comprenderlo como entiende el mundo ese humano-constructo-cultural-ciudadano-fans resultado en su mayoría (85%) de la mezcla entre indígena y afro-descendientes, esclavos todos, siempre por gracia de Dios esclavos.  

Nunca debemos olvidar que cuando Antonio Gutiérrez y Ulloa en su Estado General de la Provincia de San Salvador de 1807 escribe que la población estaba compuesta principalmente por mestizos (54%) y un 43% de indígenas, mestizo no quiere decir indio con español sino que negro con indio. Y que aquel consuelo de no parezco indio así que soy español no aplica en el caso salvadoreño ya que si no pareces indio eso significa que eres los dos: negro e indígena o traidor a sus orígenes. Sangre española de la época colonial ya no hay en El Salvador actual.

II

No creo que vayamos hacia una dictadura. Vamos caminando a un totalitarismo que puede volverse más violento en cuanto a los niveles de protesta individual que observe para evitar que lo particular termine siendo general. 

Se avista con el tema de los criptoactivos. Pareciera más que una política económica es una cuestión de fe, de religión, de cripto evangelismo. Solo posible el final feliz, a que para llegar a la tierra prometida debemos pasar 40 años vagando en un desierto. O también esperar por 2 mil años, llegue la segunda venida de Jesús. (escoja la que más guste).

Y es que llegar a tener buena salud en reservas internacionales gracias a la fortaleza del bitcoin no es del todo malo y pues no difiere de ideas pasadas de otros gobiernos. Ya la dinastía Melendez-Quiñonez prometió volvernos Bélgica a principios del siglo 20 si los dejábamos administrar el país por 17 años. O el Japón centroamericano después de 12 años con la industrialización de Oscar Osorio. La igualdad social con el estatismo impulsado en la década pérdida por las Juntas de Gobierno democratacristianas en los 80. Igualmente la promesa que dolarizar nos convertiría en 10 años en el Hong Kong de la región gracias a Francisco Flores. Todas promesas fallidas. Fallaron porque además de solo poseer el convencimiento de quienes las impulsaron desde el gobierno, lo cual en Estados débiles no es suficiente, adolecieron de una base democrática y transparencia gubernamental en el ejercicio del manejo de la cosa pública. Todas las promesas de progreso en 100 años pecaron de mercantilismo y monopolio en favor de los grupos de, y, cercanos al poder.

Es sesgado, no ayuda a salir de la endémica crisis económica que vivimos que se critique cuando bitcoin pierde valor. Pero no es menos perverso redirigir prestamos para reactivar MYPES para potenciar bitcoin. Prometer inversión, trabajos, minería e integración financiera, una ciudad sin dar términos de tiempo para tales logros.

La unidad espacio-tiempo es indisoluble para el ser humano. Necesitamos tener sino la seguridad, la esperanza de dónde pasará la bonanza económica del bitcoin y cuándo llegará. Así Nikita Jrushchov prometió a los soviéticos que para el año 2000 todos tendrían casa propia. Lo malo fue que para aquel año la URSS ya no existía. Javier Milei igual habla de hacer Argentina potencia mundial otra vez, si se aplica su moto-sierra, en 40 años. Tirar la pelota hacia adelante, mucho adelante, ayuda a que el desencanto -que siempre llega- tarde en llegar.

Ya el general Maximiliano Hernández Martínez conocedor de lo malo que había hecho y sabedor de todo lo bueno que hizo para ocultar lo malo sentenció: «no creo en la historia» y es que el problema de dar fechas y lugares es que la historia se encarga de poner a todo y a todos en su lugar. Es por eso que para evadir el juicio histórico los políticos nunca dicen cuándo solo prometen. Saben que un pueblo inculto, ignorante y analfabeto siempre perdonará eso y más.